Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico

Calvo incendiado

Autor del texto: José Carral Fernández

En democracia los cargos públicos comportan una gran responsabilidad y el deber de asumir las críticas y la fiscalización de los ciudadanos, colectivos y agentes sociales. Sus declaraciones en fecha tan señalada como el 23 de febrero en el diario La Voz del Trubia son de extrema gravedad y antidemocráticas. Es a los ciudadanos depositarios del estado de opinión a quien tiene usted debe dar explicaciones. Afirmar que ha perdido esa batalla, no olvide que las batallas forman parte de las guerras, es tanto como decir que está en guerra con ellos y muestran su incompetencia y su fracaso para persuadir y convencer con argumentos legales y técnicos sobre la posición de su gobierno. Gobierno de todos los asturianos que ha hecho de la protección del lobo un casus belli.

Un problema que en coste económico y relativizando es una gota de agua en medio del océano en una región con medio millón de cabezas de ganado. Con los gastos y fastos contables y por lo que se ve malos asesores de su gobierno, se sufragaban los daños causados por el lobo anualmente. Ha minusvalorado y menospreciado que una parte de la sociedad asturiana conoce perfectamente la situación del sector y la ganadería y la conservación del lobo. Sector que tiene problemas, por desgracia, infinitamente mayores que el malvado lobo y que sus gobiernos no han sabido resolver. Ha mostrado que desconoce, ignora o niega el procedimiento legalmente establecido para la inclusión de una especie en el RD 139/2011 (LESRPE), legítimo y democrático que de abajo arriba (participación pública) fue iniciado por una asociación conservacionista (ASCEL) y respaldado por un comité científico, por la ciencia.

Sr Calvo, se ha tocado a rebato (a “retrete”) en cámaras locales y se han escuchado pronunciamientos en los que se vertían afirmaciones que ponían de manifiesto la más absoluta desinformación e ignorancia sobre el status legal del lobo.

Sr Calvo, ha olvidado usted, que ha sido la formación a la que pertenece al que ha promovido, apoyado y aprobado a mayor gloria, la mayor parte de la normativa vigente en materia de protección ambiental incluida la del lobo. Parece haber olvidado usted, que su departamento es el responsable de velar por el cumplimiento de la normativa de protección del medioambiente regional, estatal y comunitarias y de combatir el fraude en el cobro de daños del lobo.

Sr. Calvo, no se olvide de recordar a los ganaderos que el dinero de las subvenciones lo pagamos todos y tiene clausulas ambientales.

Sr Calvo, vive usted en su mundo, tan familiar, del que viene y el cual le respalda. No le ha importado agitar y fracturar a la sociedad asturiana en provecho suyo y de su partido relegando a una parte de ella.

Sr. Calvo, quien hace una profecía está atrapado por ella, y en su caso —como cargo público— no ha medido su alcance y consecuencias. Sus declaraciones son incendiarias, tóxicas, y matan, porque de incendios, veneno y furtivismo hablan, y no lo condenan. En vez de llamar a la calma y prudencia, su admonición bíblica huele a matonismo político y es una irresponsabilidad por la que yo le ruego que dimita cuanto antes.

 

No hay equidistancias en el debate científico internacional, ético y político, sobre el lobo

Autor del texto: José Carral Fernández

Publicado en “La Nueva España” 03/02/2021

Figuras e imágenes: Internet

Recientemente Carlos Nores tuvo oportunidad de exponer en dos artículos su opinión sobre la ciencia, la investigación y las actitudes adoptadas en torno a la misma acerca de la “gestión” del lobo. No son casuales ni esas intervenciones ni otras similares al hilo de la negativa a su inclusión en el LESPRE (Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial) por parte del Gobierno del Principado y casi coincidiendo con “la inocentada” de la prórroga de los controles letales. Sus alambicadas declaraciones no logran ocultar el verdadero propósito, el blanquear una gestión opaca y funesta del lobo en este país y en esta región. Ha utilizado su “emérita aura” académica para sermonear, pretendiendo zanjar, un asunto fundamentalmente legal; si el lobo reúne o no los requisitos normativos (que haberlos haylos) para entrar en el LESRPE bien como catalogado o bien como meramente listado, o se asume que no ha lugar ni lo uno ni lo otro. Ha hecho de “poli bueno” al tiempo que intentaba matar al mensajero. Ex profeso hace un confuso recorrido con insinuaciones y omisiones sobre cuestiones, de índole histórica, científica, legal, sociológica y de “gestión” para finalmente sentenciar con una particular visión de la ecología del lobo y nuestra especie, académica y éticamente cuestionables.

Nores ha caído en su propia maraña argumental. Todo ello merece réplica de quienes nos sentimos aludidos (aún por omisión de Nores, al no citar a ASCEL) y conocemos el estado de conservación y opinión del lobo e implicados en su protección.

Causa estupefacción esa conversión cuasi religiosa en “amor incondicional, enardecido…” hacia el lobo del que habla. Sin temor a equivocarse, quien conozca el sector ganadero y cinegético, los que copan el mayor protagonismo en la gestión del lobo y de mayor peso electoral, sabe que son los menos proclives a su protección. Nunca estuvieron ni antes ni ahora, salvo excepciones, concienciados ni renunciaron a nada sino por imperativo legal. La especie correría la peor de las suertes si no fuese por el esfuerzo de grupos ecologistas o conservacionistas independientes, el aumento del apoyo social, y la implicación de un sector de la comunidad científica poco reconocido. Estigmatizados como radicales, posiciones como la de Nores contribuyen a mantener este infundado estado de opinión afortunadamente cada día más cuestionado. Su valoración está tan alejada de la realidad que ni la más artificiosa palangana demoscópica o profecía autocumplida puede enjuagarla o hacerla creíble y tampoco se entendería la polémica de la que habla.

Ha pasado mucho tiempo y a pesar de la inspiración de Rodríguez de la Fuente, muchos tienen una extraña forma de honrar su memoria, matando lobos y cortando sus cabezas para exhibirlas, envenenándolos, furtiveándolos, atropellándolos, etcétera. Lo de lobo bueno, lobo muerto sigue formando parte del imaginario colectivo junto con otros prejuicios irracionales y anacrónicos. No en vano el punto 6 de los objetivos del plan del lobo en Asturias (del año 2002) recoge explícitamente la promoción de campañas de sensibilización. Atizado por el sensacionalismo, la intoxicación, polémicas artificiales, y convertido en carnaza mediática y macabro trofeo, el lobo es utilizado como chantaje y cortina de humo para ocultar tanto el fracaso político como los graves problemas del sector ganadero como la sistémica alteración de precios de la cadena alimentaria.

Figura 1.
Zonificación territorial para el lobo en el Principado de Asturias. Ninguna zona está exenta al control letal de lobos. En las zonas en blanco, todos los lobos que aparezcan son objeto de exterminio al considerarse no idóneas para la presencia de lobos.

Ya no da más de sí ni el mantra de la amenaza para el extensivo (en toda el área de distribución del lobo del estado hay cientos y cientos de miles de cabezas de ganado) ni que su protección es un capricho de urbanitas, ni tampoco esa comparación, a calzador y simplista con la gestión de espacios protegidos de otras latitudes. Sin olvidar la condicionalidad ambiental de ayudas multimillonarias que recibe el sector.

El supuesto enfrentamiento, ecologistas versus ganaderos, mencionado y avalado por Nores, es la excusa de la que participan los gestores de la Administración para adoptar una perniciosa “equidistancia” cuando, acorralados por las evidencias, irresponsablemente o ilegalmente, no toman las medidas necesarias por ser impopulares. El lobo señala la mala gestión y un manejo negligente del ganado.

Figura 2.
Comparación de la biomasa de la megafauna frente a humanos y ganado doméstico. Fuente: Barneski 2008, PNAS

Figura 3. La presencia de ganadería supone desaparición y/o desplazamiento por competición de biodiversidad nativa como los ungulados salvajes en la naturaleza. La equivalencia entre cargas (UGM) de herbivoría es la que se ilustra en esta figura norteamericana.

Nores asume que ensayos de opinión difundidos por publicaciones científicas por parte de un experto tienen el mismo rango que docenas de sólidos y extensos trabajos experimentales que confirman la condición apical del lobo y su importancia en los ecosistemas. Es decir, mezcla y confunde lo científico con lo metacientífico. Atañe a los científicos la revisión del trabajo de sus pares. Esta autocritica permanente, característica de la ciencia, es lo que la hace confiable. No atañe a los científicos como tales, sino a epistemólogos, sociólogos, etcétera valorar si su disciplina y el colectivo se ven influenciados y cómo en sus resultados. Lo que diga un acreditado científico como el “patriarca” Mech u otros es cuestionable cuando se trata del pagano terreno de la opinión.

Todos los trabajos científicos modernos apuntan a que las poblaciones funcionales de grandes carnívoros producen efectos ecosistémicos, incluso en ambientes humanizados. Para ello, hay que protegerlos eficazmente y no matarlos, condición sine qua non para ejercer la citada funcionalidad. No hay que ir a Norteamérica ni a prístinos espacios para comprobar dichos efectos sino a poblaciones amenazadas de depredadores tan nuestros –los linces ibéricos, por ejemplo– en forma de cascadas tróficas, como el control de mesodepredadores, algo que, como miembro destacado de la Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM) y la Fundación Oso Pardo (FOP), no debería dejar de citar.

Figura 4. Cascadas tróficas y la importancia de la presencia funcional de depredadores apicales como los lobos en el Parque Nacional de Yellowstone

Ejemplos de funcionalidad ecológica son patentes en la vieja Europa a la que pertenecemos, donde la acción conjunta de depredadores apicales como osos, glotones, águilas reales, linces boreales y lobos, regulan la dinámica de las poblaciones, controlando los ungulados salvajes sin necesidad de acción humana (caza) preservando la biodiversidad y participando de los procesos evolutivos.

Estos son los motivos por los que ASCEL (Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico) a la que el señor Nores se refiere haciéndonos “un Rajoy”, solicitó en plazo y forma, al amparo de la normativa estatal, comunitaria, y convenios internacionales, la catalogación del lobo como “Vulnerable” o subsidiariamente su inclusión en el LESPRE. Entre otras, la Directiva Hábitats comunitaria que protege los “prados de siega de montaña” que Nores defendió en prensa, por lo cual en coherencia debería hacer extensible esa reclamación protectora al lobo, también protegido por esta Directiva.

Hay una diferencia crucial en su acepción jurídica entre proteger y conservar que Nores no advierte y es la clave de bóveda de la cuestión. Jurídicamente se protege con el objetivo de conservar, no al revés. Omite, y no es un asunto menor, como el Ministerio de la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITERDO) ha desoído a su propio Comité Científico y la solicitud de ASCEL, al no incluir en el LESPRE al lobo y que ad hoc manifieste abrir un proceso que denomina “Estrategia”, de modo administrativamente improcedente y fraudulento, dejando las cosas peor que estaban al dar la espalda a la ciencia.

Un reino de taifas en la que el Estado y las CCAA son corresponsables al romper la regla de oro de la uniformidad en la gestión de una sola población (tan deseable en todos los ámbitos) y que se sigan matando lobos inútilmente bajo el eufemismo de controles. A este respecto hay que recordar que, según la UE, el estado de la población de lobos de España es desfavorable e inadecuado, y su recomendación es recurrir como última solución a dichos controles letales. Esta excepción se ha convertido en regla, gracias en parte al “matemático” respaldo de consultoras a las que acuden una y otra vez gestores y administraciones en busca de “sus cupos de extracción”, su única y definitiva solución. Se está incumpliendo la normativa de forma flagrante. Está por ver, como dice Nores, si las denuncias prosperaran, a tenor de lo sucedido en Castilla y León y Cantabria, en Asturias.

Figura 5.
Asturias se ha erigido en un territorio donde matar lobos es uno de los indicador de la gestión ambiental y de cómo esloganes como “Paraíso Natural” son una falacia para la ciudadanía sensibilizada en materia ambiental.

De esta inseguridad jurídica, falta de aval y consenso científico sobre los efectos de los controles letales en la incidencia de daños a la ganadería, y la contrastada funcionalidad ecológica del lobo se desprenden profundas implicaciones éticas. Llegados a este punto, muchos consideramos inadmisible matar lobos, no solo porque pueda ser ilegal el matar por matar. Hay un valor superior y una necesidad en preservar o mantener toda forma de vida, y los procesos que la envuelven, más acuciante que nunca. No hacerlo nos está costando un alto precio. El ejemplo de la pandemia es la más dramática muestra. Este es el mandato para quienes causamos los problemas.

Figura 6.
El plan de gestión del lobo de Asturias permite la captura y sacrificio de camadas de cachorros de lobos en libertad. ¿Es éste el modelo de gestión del “Paraíso Natural”?. Autor: Paco Catalán.

Esta concepción de la “gestión” y conservación de la naturaleza de Nores y tantos otros, más allá de la falacia naturalista, comienza a parecerse sospechosamente al engañoso y circular principio antrópico. Una visión desalineada con la investigación sobre ecología de depredadores y con el metaanálisis y la convergencia de resultados de estudios que figuran en los paneles internacionales del Cambio Climático y Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos que señalan la actividad humana como el mayor problema ambiental. Precisamente son la ciencia y la investigación las que cuestionan la afirmación de que nuestra especie tenga un papel funcional y ecológico, y de forma unánime se urge a revertir y restituir los procesos naturales que hemos alterado o estamos destruyendo. No somos un controlador apical, somos el problema apical con mayúsculas.

Si en los albores de la civilización y en la transición de evolución biológica a cultural no podíamos conocer el alcance de los cambios por llegar, en nuestros días ese logro de la cultura que es la ciencia, nos indica que el camino a seguir para conservar la naturaleza no es precisamente “la roturación, silvicultura, agricultura, ganadería o caza…” tal como Nores plantea. Ese es el mundo del hombre para el hombre que en tres milenios nos ha llevado al precipicio. Un supremacismo antropológico y biológico que nadie relacionado con la docencia y la investigación puede defender y para el que no se me ocurre mejor respuesta que citar a dos gigantes como Poincaré y Russell. El francés dijo: “La ciencia habla en indicativo, no en imperativo” y el británico, en su celebrado libro “Por qué no soy cristiano”, afirmó: “Si se me garantizara la omnipotencia y millones de años para experimentar con ella no presumiría mucho del hombre como resultado final de todos mis esfuerzos”.

Breve ensayo sobre “El origen de las especies” de Charles R. Darwin, el precursor de la Ecología y la Biología de la Conservación

Por Juan Ángel de la Torre González.

Es un triste reflejo de las actitudes actuales que los conservacionistas tengan que argumentar por qué debería algo salvarse y los explotadores no necesiten justificar por qué debería destruirse” 

George B. Schaller 1

Tras una relectura de la obra cumbre de Charles Robert Darwin, “El origen de las especies”, cuyo título original resulta sin duda más elocuente, “On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life” (1859), con el pasar de las páginas me iba sorprendiendo por los conceptos y argumentos que su autor expone en tan precoces tiempos para la Ciencia Ecológica, y la más reciente Biología de la Conservación. Alumbran sus escritos ideas muy claras que luego se plasmarán en los manuales de una ciencia que aún no tenía siquiera nombre y que diez años después (1869), un coetáneo, defensor y difusor de su obra, Ernst Haeckel, bautizó como Ecología. Pero harían falta muchos años para describir y dar cuerpo de ciencia a muchas de estas ideas ya anticipadas por tan insigne personaje.

No soy, en absoluto, la primera persona que vislumbra esto, Faustino Cordón en su prólogo a una edición 2 apunta “el pensamiento darwinista ha planteado importantes cuestiones biológicas, resolubles por observación y por experimentación que han dado lugar a ciencias nuevas (como la genética clásica, la genética de poblaciones, la ecología, la biogeografía etc.)”, pero si que pretendo concretar con más precisión lo aquí apuntado.

Conceptos como la biodiversidad y su distribución, estrategas de la k y la r, nicho ecológico,  equilibrio ecológico, extinciones encadenadas, extinción por endogamia o el riesgo de la introducción de especies exóticas, surgen de entre las páginas de una obra inmortal, que quizás ha sido más nombrada que leída.

Las obras de Charles R. Darwin, a pesar de la trascendencia de su legado, han sido escasamente traducidas al castellano, de hecho una parte de su amplia producción (cerca de una treintena de publicaciones) permanece aún sin traducción al español. Ayudado de otras lecturas como su Autobiografía 3 o El origen del hombre 4 intentaré hacer una reseña de lo que su lectura evoca sobre aspectos de la biología no estrictamente evolutivos.

Los capítulos III y IV sobre “La lucha por la existencia y selección natural” o “la supervivencia de los más adecuados” son los pilares sobre los que construye el grueso de la teoría, y se erigen en la referencia que hace el autor a varios de estos conceptos.

Por lo que se refiere a la biodiversidad, en el subtítulo Divergencia de caracteres (Capítulo IV) hace, de forma clara, un elogio de la biodiversidad elevada, tanto de la biodiversidad específica, de la funcional, de la estructural y de la ampliación de nichos ecológicos que Darwin denomina “puestos en la economía de la naturaleza”, denostando de paso la falta de biodiversidad como responsable de una menor cantidad de biomasa en el ecosistema (parcelas de hierbas experimentales). Y con esta frase lo ratifica “La verdad del principio de que la cantidad mayor de vida puede ser sostenida mediante una gran diversidad de estructura, se ve en muchas circunstancias naturales

También en el apartado Naturaleza de los obstáculos para el aumento (Capítulo III) expone los conceptos de gradiente de biodiversidad norte-sur o de altitud.

En cuanto a algunos conceptos de “Ecología y Biología de la Conservación”, un párrafo después define con bastante claridad lo que hoy denominamos la regla ecológica del 10% en las pirámides tróficas: “Por otro lado en muchos casos, una gran cantidad de individuos de la misma especie, en relación con el número de sus enemigos, es absolutamente necesaria para su conservación”.

Ya se ha citado arriba el concepto de nicho ecológico acuñado por Darwin como  el “puesto en la economía de la naturaleza”. Pues bien en el apartado Progresión geométrica del aumento (Capítulo III) hace una referencia evidente de  las dos estrategias consideradas para los seres vivos de crecimiento poblacional, estrategias de la “k” y la “r”, “si un animal puede de algún modo proteger sus propios huevos y crías, pueden producirse un corto número, y, sin embargo, el promedio de población puede mantenerse perfectamente; pero si son destruidos muchos huevos y crías, tienen que producirse muchos o la especie acabará por extinguirse”, ideas éstas probablemente  derivadas de la lectura de Malthus 5, que fue quien a su vez inspiró a Pierre-Francois Verhulst 6, para publicar ya en 1938 sus ecuaciones sobre dinámica poblacional de la especie humana, trasladadas a la naturaleza por Darwin.

El equilibrio ecológico es tratado con especial dedicación en las páginas del apartado Complejas relaciones mutuas de plantas y animales en su lucha por la existencia (Capítulo III), en el que a la vez de nuevo llama la atención sobre los beneficios de la biodiversidad y sobre los efectos negativos de la ganadería sobre esta. Para, a continuación, y en unas breves líneas dar una ejemplar y auténtica lección de redes ecológicas con plantas-insectos-aves-mamíferos imbricados (donde cita por vez primera al español Félix de Azara, de quien, posteriormente, Darwin elogia la exactitud de sus observaciones sobre pájaros carpinteros del género Colaptes en Sudamérica, como muy acertadamente recoge Jaume Josa i Llorca en su introducción de otra edición de 1988) 7.

Es aquí donde podemos imbricar la extraordinaria importancia que tienen los depredadores apicales, en particular los lobos, como especies altamente interactivas, e incluso las relaciones que mantienen con otros de su condición ecológica, así como la  degradación que supone para los ecosistemas la falta de estos componentes de la biodiversidad.

Causas de extinción

Los anteriores comentarios a su vez están enlazados al concepto de extinciones en cadena, tal y como describe Delibes de Castro 8 citando especies o grupos  interdependientes como el trébol rojo, los abejorros o los ratones de campo; ejemplos del hoy llamado “cuarto jinete del Apocalipsis”, las extinciones encadenadas.

En esta línea, la de explicar los porqués de las extinciones aparecen otras casuísticas como la del primer paradigma de la Biología de la Conservación que implica a los problemas de las poblaciones pequeñas y su riesgo de extinción por endogamia. En el apartado Naturaleza de los obstáculos para el aumento (Capítulo III) se lee textualmente “Debo añadir que los buenos efectos del cruzamiento y los malos efectos de la unión entre individuos parientes próximos…” o cuando escribe en el Capítulo IV sobre la “Convergencia de caracteres”… y “Cuando una especie llega a hacerse muy rara, los cruzamientos consanguíneos ayudarán a exterminarla”… para posteriormente hacer referencia en el mismo apartado al grave problema de la introducción de especies ajenas al ecosistema, otro “jinete del Apocalipsis” en el caso Australiano: “El doctor Hooker ha demostrado recientemente en el extremo sudeste de Australia, donde evidentemente hay muchos invasores procedentes de las diferentes partes del mundo, que el número de especies peculiares australianas se ha reducido mucho”.

Estas conclusiones derivan en el actual conocimiento que tenemos del concepto de tamaño de población efectiva, el cual hace referencia al número de adultos que participan en la reproducción, y que en el caso de animales como los lobos en España es conocido y extremadamente reducido 9.

Las conclusiones derivadas de este breve análisis son que Darwin fue un meticuloso y paciente observador de su entorno y un adelantado a su época al leer e integrar conocimientos de las más diversas facetas del conocimiento. Además supo mantener contacto, extraer e incorporar conocimientos de multitud de colegas de otras disciplinas en una época en la que las comunicaciones eran infinitamente más complicadas que hoy, en la era de la comunicación, Internet, etc. Por otra parte, la forma en que usa la información de otros autores y a veces, la invalida, es siempre desde un respeto y un “saber hacer” envidiable, sin duda, en los tiempos actuales pues jamás cae en la descalificación ni en la ofensa.

En lo sustancioso, apuntar que algunas líneas maestras de dos disciplinas, la ecología y  la reciente biología de la conservación ya están en la mente y en los escritos de Darwin nada menos que hace más de 150 años, lo que le convierte en un personaje más interesante y multidisciplinar si cabe. Y que, aunque hoy día, se perciben como problemas ambientales recientes o al menos detectados en los últimos tiempos, ya eran percibidos como problemas hace más de un siglo por Darwin.

Considero que la lectura y análisis de la obra de Darwin, es cuando menos, farragosa y dificultosa. Los motivos son varios: objetivos como el lenguaje, la forma de escribir y el modo de argumentar de mediados del s. XIX, la propia forma de escribir del autor a quien algunos biógrafos califican de no muy buen escritor, y subjetivos, como es el hecho de leer obra traducida por no conocer el inglés con soltura suficiente.

Agradecimientos: Aportaron su tiempo y valiosos comentarios, Lázaro Martínez de Arbulo, Antonio Barbadilla Prados y Jorge Echegaray.

BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA:

1 Schaller, G. B. (2011). Un naturalista y otras bestias. Ed. Altair.

2 Darwin, C. (1859). El origen de las especies. EDAF Ediciones-distribuciones SA. Prólogo de Faustino Cordón. Traducción: A. Froufe, respetando básicamente la de A. de Zulueta de la 6ª edición.

3 Darwin, C. (1876). Autobiografía. Cohen, A y De la Torre, M.T. (trads.). Alianza Editorial S.A.

4 Darwin, C. (1870). El origen del hombre. Tomos 1 y 2. Colección Clásicos de siempre. E.M. Sanz. Madrid,  M. E. Editores S.L.

5 Malthus, T. R. (1846). Ensayo sobre el principio de la población. Madrid.

6 Verhulst, P-F (1838). Notice sur la loi que la population poursuit dans son accroissement. Corresp. Math. Phys., 10: 113-121.

7 Darwin, C (1859). El origen de las especies. Colección Austral. Espasa-Calpe. Edición e Introducción de Jaume Josa i Llorca. Traducción: A. de Zulueta, 6ª Edición.  

8 Delibes de Castro, M. (2005). La naturaleza en peligro. Editorial Destino.

9 Sastre, N., Vilà, C., Salinas, M., Bologov, V.V., Urios, V., Sanchez, A., Francino, O., Ramirez, O. (2011). Signatures of demographic bottlenecks in European wolf populations. Conservation Genetics, 12: 701-712.

Ocho años de ASCEL defendiendo al lobo en los tribunales

Por Ignacio Martínez Fernández
Miembro de la Junta Directiva de ASCEL

ASCEL se fundó en el año 2000 para ocuparse de la conservación de los lobos en la Península Ibérica, con su actividad centrada en España. Es entonces lógico que la misma se desarrolle allí donde está presente el animal en nuestro país, sobre todo en las cuatro comunidades (Galicia, Asturias, Cantabria y Castilla y León) que concentran la mayoría de la población actual.

Una característica problemática con respecto a la conservación de la especie es su distinta consideración legal en función de la división administrativa del territorio (además de su estatus legal en Portugal, que comparte la misma población y similar responsabilidad de conservación). En esas cuatro administraciones autonómicas, por ejemplo, se dan cuatro situaciones diferentes. A groso modo, en Galicia es especie cinegética y se dispone de un plan de gestión (2008); en Asturias no es cazable ni está protegida, con un plan de gestión (el segundo, de 2015); en Cantabria es cazable, sin plan de gestión; y en Castilla y León es cazable en una parte del territorio, no lo es en otra parte, y hay un plan de gestión unitario (el segundo, de 2015). Además, Álava dispone de algo denominado plan de gestión, tan original que su objetivo es defender las explotaciones ganaderas ante la presencia de la especie.

De los tres ámbitos dotados de plan de gestión (Asturias, Castilla y León y Galicia), instrumentos que -en teoría- pretendían preservar a la especie y minimizar los supuestos problemas asociados, es en Asturias donde la trayectoria de ASCEL es más dilatada, pues fue allí donde se aprobó el primero, ya en 2002. Luego Galicia (el vigente, 2008), y Castilla y León (también en 2008, el anterior al actual) siguieron la estela. Y si en principio la teoría de la ‘gestión’ hizo albergar alguna esperanza, e incluso se participó en la supervisión de su ejecución (a través de los llamados comités consultivos), la práctica ha supuesto el que, de todo lo previsto en los tres planes, apenas se practica algo más que la muerte de ejemplares, acción a la cual los planes dan cobijo.

Así, nuestra asociación comenzó a cuestionar los programas de controles letales de población asociados a los planes, desarrollados normalmente mediante programas o previsiones anuales, o cupos, a partir de 2010, año en que se da un salto cualitativo en el proceso.

Frente a la norma que regulaba los cupos en Castilla y León para la temporada 2010-2011 se presentó un Recurso Contencioso Administrativo (RCA), instrumento que permite cuestionar la legalidad de un acuerdo administrativo, e incluso de una norma o disposición general -como es el caso. Son procesos lentos, que no paralizan la ejecución o validez de la norma cuestionada, salvo que se presente paralelamente o dentro del proceso una petición de suspensión, opción complicada por los requerimientos usualmente exigidos (como fianzas). De tal modo que se dio la circunstancia de que tanto el RCA de la temporada 2010-2011 como el planteado contra los cupos de la temporada siguiente (2011-2012) en Castilla y León, obtuvieron sentencia favorable para ASCEL, pero esta llegó cuando ambas temporadas de caza ya habían finalizado, habiéndose matado ya los lobos cuyo abatimiento se declaró ilegal. La primera sentencia llegó en mayo de 2014, y la segunda en septiembre de 2015, haciendo esta referencia a la temporada de caza que finalizaba en 2012. Ante esta circunstancia se abrió una vía para reclamar una consecuencia práctica de las sentencias favorables, que no podían obviamente devolver la vida a los ejemplares muertos, pero el tribunal consideró que debía haberse contemplado inicialmente una petición adicional de compensación si la sentencia fuera favorable.

Mientras tanto, la administración del Principado de Asturias renovó en 2015 el Plan de 2002, y contra ese nuevo plan se presentó un contencioso, no operado por ASCEL (aunque algunos de los socios sí participaron en ciertas fases del contencioso) que no resultó exitoso.

Directamente ASCEL presentó contencioso contra el primer programa anual de controles de población derivado del II Plan astur, el programa 2015-2016, que no sólo no resultó exitoso, sino que motivó, cuando aquí sí que se procedió a pedir la suspensión cautelar, un auto o resolución judicial que pasara a los anales del despropósito. Manifestaba sin ambages el magistrado que se ocupó del caso, en una frase que probablemente (y lamentablemente) pasará a la historia de la conservación de este país, que ‘está fuera de toda duda que la proliferación de depredadores resulta perjudicial tanto para el interés general de conservación del medio ambiente, como del de terceros titulares del ganado que resultan perjudicados por los daños causados por los lobos, …’. Semejante afirmación disparatada sustanciaba el auto y la sentencia posterior (negativa).

No vamos a valorar aquí lo que esto significa, pero sí vamos a contrastar esta situación al norte de la Cordillera, con la evolución legal al sur, donde tras ganar aquellos dos contenciosos sobre cupos, se presentó otro contra la revisión del plan de gestión, el II Plan de Castilla y León, obteniendo éxito en febrero de este año la anulación del Decreto 14/2016, que regulaba el II plan. A esta importante novedad hemos de sumar otra sentencia favorable, en proceso presentado en colaboración con la asociación La Manada, que declaró ilegal el primer programa derivado de ese Plan, el de Aprovechamientos Comarcales al Norte del Duero 2015-2016. La sentencia, de marzo de 2018, llegó más tarde que el final de la temporada de caza a la que se refiere. Sin embargo, recordar que las sentencias son válidas desde que se emiten y un recurso a instancia superior dilata la firmeza, pero no evita las consecuencias o repercusiones de la desatención de lo acordado por cada sentencia desde su emisión a su firmeza. Más no sólo implican una responsabilidad temporal pasada, sino que van conformando una realidad administrativa que se aproxima a la argumentación que defendemos, tal cual es la consideración de la especie como protegida por las fuentes del derecho en toda España, mientras que normas menores y prácticas pretenden anular esa protección que reclamamos sin descanso.

Mientras que en Asturias está en curso un nuevo RCA contra la resolución de esta temporada, en Castilla y León opera otro contra los siguientes cupos a los anulados por sentencia a nuestra instancia, que en esta ocasión son trianuales (2016-2019). De hecho, la reciente sentencia de este mes contra los cupos anteriores (15-16) propicia que se haya presentado una petición de suspensión cautelar de esos cupos hasta que se consiga sentencia, dada la situación creada, con sentencias que anulan el Plan, su primer programa (y por obra de otros actores), el decreto de caza que considera el lobo como cazable en Castilla y León. Suspensión cautelar otorgada por el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León en este pasado mes de mayo, pendiente de firmeza, y obtenida poco tiempo después de un auto similar en Cantabria, en un proceso en asociación con Ecologistas en Acción.

Desde luego un panorama complejo y lento, no exento de dificultades y desalientos, pero afrontado con determinación desde nuestra asociación, con medios y recursos propios, una vez que ASCEL constató que los denominados planes de gestión y su práctica sólo servían para matar lobos y nada (o poco) más. Nuestra presencia en el territorio lobero, la continuada acción administrativa previa, y la visión de conjunto y unitaria frente a los desatinos legales de las administraciones implicadas están empezando a dar sus frutos.

No ocultamos que poseemos una estrategia, la cual compartimos con nuestros socios, a quienes brindamos los éxitos (no menores) alcanzados, base y sustento, siempre que nuestras asambleas así lo valoren, de opciones de más entidad, hasta lograr el reconocimiento de iure y de facto de la protección legal general, no condicionada y real, del lobo ibérico en España (es decir, hasta logar lo que ya es un hecho en Portugal, con quienes compartimos las responsabilidades de conservación de la misma población).

Y no podemos olvidar, en paralelo a estas vías administrativas, el que en una ocasión ASCEL abrió vía penal, para denunciar a los responsables de unas matanzas de lobos acontecidas a finales del 2013 en el occidente de Cantabria. En ese caso, tras múltiples peripecias, el asunto se cerró en el año 2016 infructuosamente, al no haber podido probar responsabilidades penales.

En estos momentos, y por esta vía, estamos valorando otras acciones, que sólo verán la luz con las garantías debidas.

Caza y controles de lobos: ¿de qué estamos hablando?

Por Alberto Fernández Gil
Doctor en Biología

En los últimos años, muchos ciudadanos reclaman a las administraciones públicas una protección efectiva de los lobos en España. Como soy uno de esos reclamantes, me atrevo a interpretar aquí lo que significa protección, para pasar luego a la discusión sobre la caza y los controles.

Entiendo por protección de una especie animal el hecho de que no se puedan cazar ejemplares, ni reducir (o “controlar”) sus poblaciones. Es decir, se protege a la especie de la persecución por parte de los humanos, ya sea ejercida mediante caza o controles, lo que significa que se protege a los individuos de dicha persecución.

La protección de los lobos en España implicaría, legalmente, incluirlos al menos en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Real Decreto 139/2011). En dicho listado, y en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, están todas las especies que no pueden ser cazadas ni perseguidas en España. O “controladas”, según el eufemismo. Es decir, osos, linces, buitres, ratoneros o alcotanes no pueden ser cazados ni controlados en este país. No ocurre lo mismo, por ejemplo, con liebres y jabalíes, aunque hay quien mantiene que las leyes de caza les confieren una cierta protección. No hablo aquí de la protección que “disfrutarían” liebres y jabalíes bajo el régimen cinegético, sino de la protección a una especie que supondría que caza y control quedan fuera de lugar.

En el caso de los lobos, sin entrar en la discusión técnica de tipo legal de si las normas europeas de Berna y la Directiva Hábitats han sido correctamente trasladadas a la legislación española, sí considero que deberían estar efectivamente protegidos en nuestro país; es decir, incluidos al menos en el Listado. Y dado que no lo están, los lobos siguen siendo perseguidos legalmente, ya sea mediante la caza o mediante los llamados controles de población y de ejemplares.

Esta entrada pretende ser una aclaración crítica de los términos “caza” y “controles”, tal y como aparecen mencionados explícitamente en las normas que regulan la gestión del lobo en España – los planes de gestión de Asturias, Galicia, Castilla y León, y Álava – que afectan a la práctica totalidad de los lobos en nuestro país. Además de una interpretación de los términos, argumentaré por qué, desde mi punto de vista, caza y controles están injustificados, y por qué los lobos han de ser efectivamente protegidos en España.

La caza es la herramienta de gestión básica de los lobos en Castilla y León (Decreto 14/2016), y los controles de población son la herramienta de gestión básica en Asturias (Decreto 23/2015). Entre ambas regiones y Cantabria (que también aplica caza y controles, aunque sin plan de gestión) se matan legalmente unos 100 lobos cada año, lo que supone el 90% de los eliminados legalmente en España (el resto lo completan Galicia, Euskadi y La Rioja). Es decir, caza y controles de población son las herramientas básicas de la “gestión” de los lobos en España.

En realidad, la caza y los controles de población son herramientas muy similares, en sus objetivos, en sus planteamientos, en sus consecuencias, y en sus pretendidas justificaciones: el objetivo es reducir la población, ya sea mediante la cosecha de unos supuestos excedentes de la población (en la caza, del harvest anglosajón), o mediante el control de la misma, porque de no hacerlo se podría “descontrolar”.

Me detengo un poco en el fascinante término “control” aplicado a la gestión de la fauna, y en particular de los grandes carnívoros. Casi todos los grandes carnívoros como los lobos son predadores apicales, lo que implica que presentan características biológicas únicas: auto-regulación de sus poblaciones mediante la territorialidad y la supresión reproductiva de parte de la población adulta (Wallach et al. 2015). Esto quiere decir que los lobos no descontrolan sus poblaciones en condiciones naturales. La única forma de que una población de lobos aumente de forma natural es que tenga hábitat disponible sin ocupar. En caso contrario, dentro de los límites del área de distribución ocupada, una población de lobos no aumenta, no se descontrola (Hayes et al. 2003), aunque sí puede recuperarse al cesar controles y caza tras haber sido reducida.

Tanto en la caza como en los controles de población se establecen cuotas (o cupos), es decir, hay un número anual de ejemplares que ha de ser eliminado, y esa eliminación es aleatoria en cuanto a los ejemplares que se ejecutan: recordemos, el objetivo es aprovechamiento de excedentes, o control frente al potencial descontrol.

Además del objetivo compartido por caza y controles en cuanto a evitar supuestos descontroles, comparten a menudo el de pretender compatibilizar la presencia del carnívoro con la ganadería; es de nuevo un objetivo explícito en todos los planes de gestión de la especie en España. Así pues ¿pueden la caza y los controles de población alcanzar el objetivo de minimizar ataques al ganado, y al tiempo cumplir los mandatos de Berna y la Directiva Hábitats, además de los que marca la legislación española?

Por lo que sabemos, no.

Lo que sabemos es que la caza y los controles pueden minimizar los ataques al ganado sólo si son tan severos que supongan reducciones masivas de la población de lobos (Wielgus & Peebles 2014, Bradley et al. 2015); si las reducciones afectan a menos del 30% de la población, el efecto conseguido sobre los ataques puede ser el contrario al esperado (Wielgus & Peebles 2014, Fernández-Gil et al. 2016). Por eso no es sorprendente que para rebajar los ataques se desaconsejen los controles y la caza (Treves et al. 2016) y se promuevan otro tipo de actuaciones (por ejemplo, relativas al manejo del ganado).

Otra razón para permitir caza o controles, a menudo aducida incluso por conservacionistas o por profesionales de la biología, es que pueden facilitar la tolerancia por parte de algunos humanos sobre esa especie (de nuevo, esa motivación aparece explícitamente en los planes de gestión en España). También se aduce con cierta frecuencia que caza y control serían permisibles, simplemente, porque a la población de lobos no le pasa nada, ya que no se extinguen, sigue habiendo lobos (algo que ya se ha tratado aquí antes). En cuanto a la primera, no es sorprendente que rebajar el estatus de protección de una especie (por ejemplo, permitiendo su caza) para aumentar la tolerancia de los humanos sobre esa especie no sólo no consiga ese objetivo, sino a menudo el contrario (Chapron & Treves 2016). Permitir matar animales para que quienes los ven negativamente cambien su percepción parece, como poco, un planteamiento retorcido. Que la caza o los controles puedan ser aceptables porque “a la población no le pasa nada” parece un argumento ingenuo, pero puede ser incluso perverso. Podemos saber qué le pasa a la población en términos demográficos tras la caza y los controles; esperaremos que disminuya el tamaño de la población, quizá no de forma llamativa en términos numéricos. Pero no debemos olvidar que los individuos – seres reales que componen lo que llamamos “población” – son eliminados de la naturaleza, y ésta es una consecuencia demasiado grave como para plantear siquiera la justificación anterior.

Por otro lado, tras argumentar que tanto la caza como los controles de población están injustificados en cuanto a sus objetivos de cosecha y control, y que tampoco pueden reducir los ataques al ganado a no ser que se elimine gran parte de la población (lo que actualmente ya es ilegal), nos queda por discutir sobre lo que se ha dado en denominar “controles de ejemplares”. El “control de ejemplares” es un concepto muy desafortunado, y confieso que lo he utilizado con anterioridad para tratar de dar mi opinión sobre este tema, con poco éxito. Sugiero desecharlo por ambiguo y confuso: los controles de población obligatoriamente se hacen “controlando” ejemplares, es decir, eliminando ejemplares.

Pero ¿podría haber lugar para actuaciones determinadas sobre individuos concretos? No entro a valorar aquí el significado de “castigo” (inherente en nuestro ordenamiento legal punitivo, pero muy criticado desde siempre, ver p.e. Wright 2009), un componente con frecuencia implícito en los controles de población (ver los controles para la tolerancia, arriba). En el caso de los animales no existe responsabilidad, con lo que el castigo está fuera de lugar; la única justificación posible para considerar la retirada del campo de un individuo sería evitar futuros daños graves y muy probables, que no pueden ser evitados de otra forma.

En nuestro país (y en muchos otros) se han realizado actuaciones determinadas sobre individuos concretos, incluso pertenecientes a especies con el más alto grado de protección, como los osos pardos, retirando algunos individuos de la naturaleza. También se han realizado en otros países actuaciones sobre tigres, y con otras especies que nadie discute que están estrictamente protegidas, y sobre las que no se lleva a cabo ni caza ni controles. Que yo sepa, este tipo de actuaciones determinadas sobre individuos concretos (lobos) nunca se han planteado (ni por tanto, llevado a cabo) en España: incluso la gestión letal al sur del Duero (sector de la población ibérica incluido en el Anexo IV de la Directiva Hábitats, y por tanto con el máximo nivel de “protección”) se lleva a cabo como controles de población, con todas las características y objetivos de los mismos, si bien a menudo bajo el eufemismo desafortunado de “controles de ejemplares”.

Por último, en ocasiones, algunos conservacionistas apelan a los controles como forma de gestión aceptable, siempre que se hagan bajo criterios científicos. Pero la ciencia no es un argumento válido para justificar controles. De hecho, la ciencia no permite tomar decisiones sobre si hay que matar o no animales. La ciencia puede evaluar el efecto que tiene una decisión política (la caza o los controles) sobre la ecología o la demografía de la población afectada, pero no es base para ninguna decisión política (Darimont 2017); tal decisión se toma por criterios sociales, económicos o morales. Debe evaluarse, por ejemplo, si los individuos causan graves perjuicios económicos que no pueden evitarse de otra manera (por ejemplo con medidas preventivas de manejo de ganado), o generan graves riesgos a la población humana. Por último, siempre ha de plantearse, a la hora de tomar decisiones, si tenemos derecho a matar animales que no son utilizados como alimento.

En definitiva ¿caben la caza o los controles – se les llame de población o de ejemplares – para los objetivos que se aducen en España, y dados los mandatos legales vigentes en nuestro país? En mi opinión, la respuesta es claramente NO.

Las razones para matar un animal (o retirarlo de la naturaleza) han de ser objetivas y estar fuertemente justificadas (Vucetich et al. 2017). Hasta el momento, que yo conozca, ninguna administración española ha aportado tales razones objetivas y justificadas en el caso de los controles y la caza de lobos. Quizá es que son difíciles de encontrar, y más aún, de justificar. Los lobos han de ser protegidos en España y desechar definitivamente la caza y los controles como medidas de gestión: no sólo no están justificadas, sino que son injustificables.

Referencias:

Bradley et al. 2015. Effects of Wolf Removal on Livestock Depredation Recurrence and Wolf Recovery in Montana, Idaho, and Wyoming. The Journal of Wildlife Management. doi: 10.1002/jwmg.948

Chapron G, Treves A. 2016. Blood does not buy goodwill: allowing culling increases poaching of a large carnivore.Proc. R. Soc. B 283: 20152939. http://dx.doi.org/10.1098/rspb.2015.2939

Darimont C. 2017. Science on its own can’t dictate policy. Nature, 551: 565

Fernández-Gil et al. 2016. Conflict Misleads Large Carnivore Management and Conservation: Brown Bears and Wolves in Spain. PLoS ONE. doi:10.1371/journal.pone.0151541.

Hayes et al. 2003. Experimental reduction of wolves in the Yukon: ungulate responses and management implications. Wildlife Monographs, nº 152, 35 pp.

Treves A, Krofel M, McManus J. 2016. Predator control should not be a shot in the dark. Front Ecol Environ, 14(7): 380-388, doi:10.1002/fee.1312-

Vucetich et al. 2017. Evaluating the principles of wildlife conservation: a case study of wolf (Canis lupus) hunting in Michigan, United States. Journal of Mammalogy, 98(1):53–64. doi:10.1093/jmammal/gyw151

Wielgus RB, Peebles KA. 2014. Effects of Wolf Mortality on Livestock Depredations. PLoS ONE 9:e113505. doi: 10.1371/journal.pone.0113505

Wallach et al. 2015. What is an apex predator? Oikos 124: 1453–1461. doi: 10.1111/oik.01977

Wright R. 2009. The Moral Animal: why we are the way we are. Abacus, London.

La supuesta importancia de la ganadería para la conservación de la biodiversidad

Por Rubén Portas


Está asumido en la sociedad, a base de ser repetido en los discursos de políticos, de asociaciones agro-ganaderas e incluso de algunos colectivos pro-conservación de la naturaleza, que la ganadería es imprescindible para la conservación de la diversidad biológica, y que el abandono del mundo rural supone una pérdida de la misma.

Ello depende de la respuesta que queramos darle a la siguiente pregunta: ¿Qué tipo de biodiversidad queremos conservar?

A modo de recordatorio, dónde ahora vemos prados y vacas antes veríamos bosques atlánticos y mediterráneos, poblados por ungulados salvajes y otras especies, muchas de ellas ahora escasas y amenazadas. El ganado no era necesario entonces para conservar la diversidad biológica, y junto con la agricultura, fue una de las principales causas de la pérdida de hábitat, de la persecución de carnívoros, y de la desaparición de la fauna y los ecosistemas naturales y climácicos a lo largo de la Península Ibérica.

Esos hábitats fueron modificados para abastecer las necesidades humanas (lo cual es justificable si deseamos promover una política alimentaria sostenible que abastezca el mercado de productos locales) y favorecieron a algunas especies; otras, en general más especializadas, no lograron adaptarse a la repentina alteración del hábitat y competencia por recursos con el ser humano, y desaparecieron o fueron diezmadas.

Durante las últimas décadas asistimos a una industrialización masiva del mundo ganadero y agrícola. Las subvenciones y políticas europeas no han frenado los monocultivos, no han favorecido una agricultura respetuosa con el medio ambiente; han perjudicado a las ganaderías familiares en detrimento de las grandes empresas. Todo ello ha creado un éxodo del mundo rural a las ciudades en busca de un modo de vida más rentable económicamente.

El abandono de ese medio de vida ha propiciado cierta recuperación de algunos ecosistemas, permitiendo el avance de la sucesión ecológica, algo que algunos denominan despectivamente como matorralización o acúmulo de “maleza”, a pesar de ser un proceso indispensable para la recuperación de la fauna silvestre y del bosque. La explotación por el ser humano de los recursos tiende a impedir la sucesión ecológica a base de fuego, o a saltársela plantando directamente árboles. Esos hábitats manufacturados difícilmente conseguirán imitar la composición y estructura vegetal que la naturaleza tiene prevista para esa zona. Los fuegos por su parte degradan el suelo y calcinan la oportunidad de recuperación de ecosistemas naturales y climácicos. El medio se queda estancado en un estado de caos, de fuego, de matorral combatido con desbroces y quemas controladas; un estado que no satisface a nadie.

Aquí es dónde regreso a la pregunta inicial: ¿Qué tipo de biodiversidad queremos conservar?

woodland

Algunos apuestan férreamente por fijar población en las zonas rurales y recuperar los usos humanos, entre ellos la ganadería, optando por favorecer especies ligadas a estos paisajes de origen humano. En ello se basan para justificar que la ganadería es fundamental para la conservación de esa biodiversidad, sin reconocer que es una biodiversidad a la carta, compuesta por especies que no compiten con los intereses humanos, o conseguida a base de mantener a raya las poblaciones de las especies molestas (e.g. carnívoros, jabalíes, etc.).

Otros vemos esa tenaz convicción como una posición cobarde y conservadora (pero con mucho apoyo político). Vemos un paso atrás a la hora de recuperar ecosistemas una vez robados a la naturaleza, hábitats que contribuirían a la conservación de especies actualmente amenazadas por los usos humanos, por la falta de amplias superficies sin pistas, sin ganado, sin alteraciones de origen antrópico, sin paz, y sin la dictadura de la gestión y manejo humanos por parte de los llamados jardineros del paisaje.