La literatura científica viene contrastando -con rigor y con suficiencia demostrable- que matar lobos no mejora la percepción social de la especie, no reduce el nivel de la incidencia de la especie sobre la cabaña ganadera y tampoco reduce la caza ilegal, sino todo lo contrario. Aunque no existe una sola evidencia científica que avale las tesis contrarias, precisamente esas tesis son ampliamente sostenidas por algunos políticos, gestores y pseudo-expertos en medios de comunicación en el debate generalmente “demagógico” creado en torno a la protección del lobo en España.
Recientemente ha sido publicada en una revista científica internacional una nueva evidencia (1) que avala, aún más si cabe, que autorizar la caza de lobos incrementa drásticamente la mortalidad de la especie durante los años posteriores al fin de su caza. A mediados del siglo XX, los lobos estaban casi extintos en la mayoría de EE.UU salvo Alaska, con un pequeño número sobreviviendo en el norte de Minnesota. Después de que los lobos fueran incluidos en el año 1973 en “Listado federal de especies en peligro de extinción” (nótese que en España eso mismo sucedió pero en 2021 -casi 50 años después que en EE.UU-, y gracias a la iniciativa de ASCEL), la población de lobos de Minnesota aumentó, y se estabilizó a principios del s. XXI. Sin embargo, la caza se reanudó por parte de las autoridades de Minnesota como resultado a que la gestión del lobo recayera también en los estados -que abogaban por la caza como única herramienta de gestión- durante las temporadas 2012-2013 y 2013-2014 (allí nunca fue posible la caza de lobos en los parques nacionales, al contrario que en España con los 200 lobos matados en el PN de los Picos de Europa). Dicha caza se suspendió judicialmente en todo el territorio de Minnesota en diciembre de 2014 (de forma similar a lo que ASCEL consiguió salvando de la muerte a 143 lobos en las temporadas 2018-2019 en Castilla y León, y/o anulando los cupos de caza en 2011-2012 y 2015-2016, y también el plan de gestión de 2016 de dicha región).
Analizar los efectos poblacionales de la caza y las tasas de mortalidad de lobos fue posible gracias a la existencia de ejemplares radiomarcados en Minnesota durante el período 2004-2019. Así, los investigadores norteamericanos realizaron un análisis que mostraba que la tasa de mortalidad de los lobos se mantuvo casi constante desde 2004 hasta el inicio de la temporada de caza en 2012, pero dicha mortalidad se duplicaba con el inicio de la primera temporada de caza de 2012-2013, e inesperadamente, se mantuvo en ese nivel elevado y de forma casi constante hasta 2019, a pesar de que durante 5 años la persecución cinegética del lobo no era legal (1). La tasa anual de la mortalidad de lobos aumentó del 21,7% antes de las temporadas de caza de lobos (10,0% por causas humanas y 11,7% por causas naturales) al 43,4% (35,8% por causas humanas y 7,6% por causas naturales). El análisis de la tendencia estadística determinaba que la mortalidad causada por el hombre se incrementó considerablemente durante las temporadas de caza, mientras que la mortalidad natural inicialmente disminuyó, pero después de la interrupción de la caza, la mortalidad causada por humanos se mantuvo significativamente más alta que antes de las temporadas de caza (1).
A ello hay que sumar que en algunos estados norteamericanos, como Idaho, los cazadores no informaban adecuadamente de los lobos muertos en los lances cinegéticos y que el número de lobos matados que explicaba las variaciones poblacionales entre el período pre y post cinegético era un 84% superior a lo inicialmente considerado (2), lo cual permite inferir que la mortalidad de lobos provocada por los seres humanos siempre es subestimada.
Toda esta información sugiere que permitir y generalizar los controles letales de lobos (como con cualquier otra especie, y más si está protegida) envía mensajes negativos sobre el lobo (3). Las acciones que persiguen flexibilizar la protección de especies a través de caza como herramienta “social” para reconducir conductas ilegales y mejorar las actitudes, incentiva justo lo contrario, es decir, conductas ilegales de persecución, como han determinado algunos trabajos (3).
También se ha comprobado científicamente en estados norteamericanos -como el de Wisconsin- que la caza ilegal de lobos aumenta un 650% cuando se solapan otras actividades cinegéticas en las cuales el lobo no es el objetivo cinegético y más, con presencia de nieve. Además, los efectos de matar lobos se han podido analizar a nivel de la persistencia y durabilidad de los propios grupos de lobos. Así, se pudo comprobar que la posibilidad de que un grupo familiar de lobos permaneciera como tal hasta el final del año disminuía en un 27% cuando un miembro cualquiera del grupo moría por causas humanas, y que la tasa de éxito de reproducción de dicho grupo familiar al año siguiente disminuía un 22%. Si la muerte era la de alguno de los individuos dominantes reproductores, el impacto era mucho más grave, ya que la probabilidad de persistencia del grupo familiar disminuía un 73% y la de la reproducción al año siguiente casi un 50% (4).
Todos los trabajos científicos determinan que la caza de lobos no reduce su mortalidad ilegal, sino que la aumenta incluso drásticamente durante los años posteriores al fin de la caza (1, 3). Esto demuestra la necesidad de proteger estrictamente a los lobos y de que esa protección sea efectiva en términos de cumplimiento por parte de las administraciones mediante los medios y dotaciones suficientes (vigilancia, sanciones, penas de privación de libertad, etc.).
Si queremos restaurar la biodiversidad perdida, y recuperar funciones ecológicas perdidas que solo es capaz de desempeñar el lobo como principal predador apical en España, resulta absolutamente necesario consolidar la protección del lobo, y si es posible, mejorar el grado de protección, que es lo que pretende ASCEL mediante su catalogación.
La caza y los controles letales de población anulan o reducen severamente la “funcionalidad ecológica” de lobos (dada su condición de apical y ecológicamente importante) aun cuando a pesar del efecto de la caza y los controles la población fuera demográfica y genéticamente viable, lo cual, nunca es así. Es más, esa caza tampoco es compatible con los mandatos legales nacionales e internacionales de protección de la especie, que emanan del Convenio de Berna (donde el lobo es una especie protegida y estrictamente protegida, a pesar de algunos intentos en vano recurrentes), de la Directiva Hábitats 92/43/CEE (que tampoco se modifica, a pesar del ruido mediático inducido por algunos políticos regionales) y del “Listado” o LESRPE en España (RD 139/2011).
Referencias citadas:
(1) Oliynyk, R-T. (2023). Human‑caused wolf mortality persists for years after discontinuation of hunting. Nature Scientific Reports, 13: 11084. https://doi.org/10.1038/s41598-023-38148-z
(2) Mack, C., Rachael, J. Holyan, J. Husseman, J. Lucid, M. & Thomas. B. (2010). Wolf conservation and management in Idaho; progress report 2009. Nez Perce Tribe Wolf Recovery Project, P.O. Box 365, Lapwai, Idaho; Idaho Department of Fish and Game, 600 South Walnut, Boise, Idaho. 67 pp.
(3) Chapron, G. & Treves, A. (2016). Blood does not buy goodwill: allowing culling increases poaching of a large carnivore. R. Soc. B, 283: 20152939. http://dx.doi.org/10.1098/rspb.2015.2939
(4) Cassidy, K. A., Borg, B.L., Klauder, K. J., Sorum, M.S., Thomas-Kuzilik, R. Dewey, S. R., Stephenson, J. A., Stahler, D. R., Gable, T. D., Bump, J. K., Homkes, A. T., Windels, S. K. & Smith, D. W. (2023). Human-caused mortality triggers pack instability in gray wolves. Front. Ecol. Environ., doi:10.1002/fee.2597