Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico

La suciedad está en la mente de la fiscal

Sí un fiscal antidroga manifestase públicamente que la cocaína no es tan mala, o mencionase los buenos momentos que nos proporciona, realmente estaríamos escandalizados.

Así nos encontramos (y además indignados) tras las declaraciones de la fiscal de lo ambiental en Asturias, Esperanza González Avella, la cual, en contra de toda evidencia, y de afortunadas posiciones anteriores o superiores de la fiscalía, viene a ser considerada con los criminales que temporada a temporada incendian nuestros montes, porque son nuestros, los montes, más allá de ciertas cuestiones civiles menores.

Afirmar que hay suciedad en los montes asturianos (y que por ende, han de ser limpiados) sólo demuestra que se compra por quién ha de perseguir los delitos el ideario de los delincuentes.

Jamás se podrá aceptar que la vida silvestre sea sucia. La vegetación natural no sólo no puede tratarse bajo esa dicotomía propugnada por un sector social minoritario y turbio, sino que está amparada por normas por las cuales la fiscalía ha de velar. Disponemos de grandes superficies (afortunadamente) de vegetación arbustiva protegidas en nuestros montes, y nuestros bosques ojalá fuesen una ‘selva’. Por cierto, en Asturias no hay tales, y esa ignorancia no es excusable en doña Esperanza.

Es preocupante que se asuma la idea de que nuestro territorio tiene que estar ‘limpio’, y eso bajo la óptica de algunos perturbados, pero es inadmisible oír eso de quién tiene que proteger nuestra ‘suciedad’, la que quieren eliminar esos terroristas de lo ambiental que queman (y matan), a veces con amparo de políticos, lo que no es suyo ni lo será nunca: nuestra biodiversidad.

Qué a quién pagamos para conservar lo natural (y protegido por las leyes) se atreva a calificar esa vida silvestre, esa vegetación, como algo sucio, demuestra que tenemos un problema, que hay que solucionar.

Empezando por limpiar las mentes de la fiscalía.

Ignacio Martínez Fernández

La supuesta importancia de la ganadería para la conservación de la biodiversidad

Por Rubén Portas


Está asumido en la sociedad, a base de ser repetido en los discursos de políticos, de asociaciones agro-ganaderas e incluso de algunos colectivos pro-conservación de la naturaleza, que la ganadería es imprescindible para la conservación de la diversidad biológica, y que el abandono del mundo rural supone una pérdida de la misma.

Ello depende de la respuesta que queramos darle a la siguiente pregunta: ¿Qué tipo de biodiversidad queremos conservar?

A modo de recordatorio, dónde ahora vemos prados y vacas antes veríamos bosques atlánticos y mediterráneos, poblados por ungulados salvajes y otras especies, muchas de ellas ahora escasas y amenazadas. El ganado no era necesario entonces para conservar la diversidad biológica, y junto con la agricultura, fue una de las principales causas de la pérdida de hábitat, de la persecución de carnívoros, y de la desaparición de la fauna y los ecosistemas naturales y climácicos a lo largo de la Península Ibérica.

Esos hábitats fueron modificados para abastecer las necesidades humanas (lo cual es justificable si deseamos promover una política alimentaria sostenible que abastezca el mercado de productos locales) y favorecieron a algunas especies; otras, en general más especializadas, no lograron adaptarse a la repentina alteración del hábitat y competencia por recursos con el ser humano, y desaparecieron o fueron diezmadas.

Durante las últimas décadas asistimos a una industrialización masiva del mundo ganadero y agrícola. Las subvenciones y políticas europeas no han frenado los monocultivos, no han favorecido una agricultura respetuosa con el medio ambiente; han perjudicado a las ganaderías familiares en detrimento de las grandes empresas. Todo ello ha creado un éxodo del mundo rural a las ciudades en busca de un modo de vida más rentable económicamente.

El abandono de ese medio de vida ha propiciado cierta recuperación de algunos ecosistemas, permitiendo el avance de la sucesión ecológica, algo que algunos denominan despectivamente como matorralización o acúmulo de “maleza”, a pesar de ser un proceso indispensable para la recuperación de la fauna silvestre y del bosque. La explotación por el ser humano de los recursos tiende a impedir la sucesión ecológica a base de fuego, o a saltársela plantando directamente árboles. Esos hábitats manufacturados difícilmente conseguirán imitar la composición y estructura vegetal que la naturaleza tiene prevista para esa zona. Los fuegos por su parte degradan el suelo y calcinan la oportunidad de recuperación de ecosistemas naturales y climácicos. El medio se queda estancado en un estado de caos, de fuego, de matorral combatido con desbroces y quemas controladas; un estado que no satisface a nadie.

Aquí es dónde regreso a la pregunta inicial: ¿Qué tipo de biodiversidad queremos conservar?

woodland

Algunos apuestan férreamente por fijar población en las zonas rurales y recuperar los usos humanos, entre ellos la ganadería, optando por favorecer especies ligadas a estos paisajes de origen humano. En ello se basan para justificar que la ganadería es fundamental para la conservación de esa biodiversidad, sin reconocer que es una biodiversidad a la carta, compuesta por especies que no compiten con los intereses humanos, o conseguida a base de mantener a raya las poblaciones de las especies molestas (e.g. carnívoros, jabalíes, etc.).

Otros vemos esa tenaz convicción como una posición cobarde y conservadora (pero con mucho apoyo político). Vemos un paso atrás a la hora de recuperar ecosistemas una vez robados a la naturaleza, hábitats que contribuirían a la conservación de especies actualmente amenazadas por los usos humanos, por la falta de amplias superficies sin pistas, sin ganado, sin alteraciones de origen antrópico, sin paz, y sin la dictadura de la gestión y manejo humanos por parte de los llamados jardineros del paisaje.